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Si Paris bien vale una Misa, Rosana vale al menos dos

Que París bien vale una misa no me cabe la menor duda, y más aún.
Sólo porque mis ojos pudieran contemplar la tumba de Napoleón, al que idolatro, o poder caminar los pasillos donde habitó Marie Antoinette, mi otra adoración, valdría la pena.
Si a eso le sumo la maravillosa complicidad y compañía de Carlos, que siempre me sigue el pie o yo a él, que no lo sé, pero tanto y tanto en común dan horas de colas muertos de risa bajo la lluvia parisina por poder ver Notre-Dame, el agua siempre es el denominador común de todos nuestro viajes....ya parece broma, o recorrer sus adorables mercados e illos como viejos -ya- rastreadores de tesoros, tomarnos millones de bombones, comprar perfume francés o sobre el Sacre Coeur hacer de turistas y comprar cuadros melancólicos mezclados entre sus artistas, hace que esa frase no sólo cobre sentido sino que forme parte de mi vocabulario vital.
En resumen, el arte de París es como su cielo, infinito, yo  tuve la suerte no sólo de llegar a París, sino de que París llegara a mi. Estamos enamorados, Carlos y yo, los dos, de su cielo, de su suelo y de los parisinos.

En realidad, esto es una pequeña y licenciosa alegoría hasta llegar al porqué de este escrito, y mi porqué tiene nombre de mujer y se llama Rosana.
A Rosana la conozco desde la barriguita mamera, aún antes de nacer, yo creo que ya la quería entonces como la quiero hoy.
Rosana es la sangre que se pone en pie que a ella me ata y es el norte de muchos de mis días; cuando la pienso, lo siente y siempre viceversa. Siempre digo que estoy preparada para perderla, pero siempre me miento porque sé que no lo soportaría.
Con Rosana sé quien soy cuando me nombra, y en cada rincón de mi casa, de mi vida y de mi alma hay un hueco que lleva su nombre.
Rosana tiene un don, cómo es uno de los seres más humildes que existen, como todos los grandes, es incapaz de reconocerlo, pero lo tiene, y en ella se cumplen los designios bíblicos de la Parábola de los Talentos.
Como sabe quien soy y está cerca de mi, siempre, a veces me doy cuenta de que no necesito hablar para que me lea.
Cuando se aproximaba el Bautizo de Cristóbal, yo quería hacerle lo que conmigo hicieron, un recordatorio de ese magnifico día, así que llamé a mi Rous y una voz al otro lado del teléfono me dijo "Dime Tú que ves".
Esas palabras se hicieron alma y fue la acuarela que mostraba el bautismo a la Fe de mi hijo, sus padres en su nombre.
Ese bebé que camina por una calle de Avilés es Cristóbal, va hacia el lugar donde yo, su madre, nació en aquella mañana de mis días, en mi color favorito, en mi lugar amado.
No dije nada, no hizo falta, con ella nunca ha hecho falta nada.
Así que cuando este proyecto comenzó a fraguarse, que le he ido contando en tardes de ribera, en mañanas de norte y en noches confidentes, le pedí permiso para enmarcar mi sueño en su memoria.
Solo oí....Si, cómo si le sorprendiera mi pregunta.
Este es mi humilde modo, el único que conozco, de rendir lo que debo, que la vida jamás ha de darme vida, a quien ilumina quien soy y lo que he sido, a la mano del amigo amado como en las elegías.
Hay un algo en ella que es mio
Y yo soy de su alma

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